martes, 17 de julio de 2007

XIX-Memorias de la Guerra

Coronel David Alfaró Siqueiros(México)

En el asalto de las fuerzas de mi brigada, la 46 Brigada Motorizada, por razones tácticas, nuestras fuerzas se vieron obligadas a retirarse precipitadamente y en un momento dado esta retirada se convirtió en una desbandada de pánico. Ayudado por el teniente López Silveira pretendimos detener a los soldados que, despavoridos, huían de un fuego graneado de artillería acompañado de sistemáticas ráfagas provenientes de la aviación enemiga. Insospechadamente vi venir corriendo a Manolo Gómez, mi asistente, al cual detuve , como intenté hacerlo con todos, amenazándolos con mi propia pistola. A Manolo, naturalmente, no le quedó más remedio que detenerse y, cuando esto aconteció, le dije indignado: "¿Hasta tú vas corriendo, Manolo?". A lo cual me contestó:"Mi teniente coroné, si ujté hubiera estao en el centro exacto donde estaban los autobuse, hasta usté mismo hubiera corrío...".

Manuel Gómez

Después como la línea cerrada de los autobuses(obuses) estaba avanzando implacablemente hasta nosotros le dije: "Ahora sí, Manolo, a correr...". El fuego escalonado de la artillería, artillería de grueso calibre, es algo que obliga a soldados, oficiales y jefes, a morder trozos de madero para impedir que le estallen los oídos. Yo lo describiría en su aspecto destructivo material de la manera siguiente: semeja a un martillo-pilón en forma de cuchilla de varios kilómetros que avanza cubriendo matemáticamente cada milímetro, diríamos del terreno.

No hay fuerza humana , no hay infantería que pueda resistirlo y que, de hacerlo, no sea matemáticamente aniquilada. Sólo un fuego contraofensivo similar de la propia artillería puede contenerlo, acallándolo. Por eso el propio reglamento militar, en cualquier país del mundo autoriza a los jefes militares a ordenar la retirada en estos casos. E inclusive establece dicho reglamento penas severísimas para los jefes militares que en tales ocasiones no ordenan la retirada.

Otra cosa es que esa retirada se realice en la forma desordenada en que la hicieron las fuerzas de mi brigada, después del repliegue de Granja de Torre Hermosa. Quince brigadas del 8º Ejército deberían realizar una operación ofensiva contra dicha población. Algunas de esas brigadas tenían en la orden de operación general, la operación de asaltar el reducto frontalmente. Tal era el caso de mi propia brigada y de


la 82ª brigada de Extremadura también bajo mi propio mando. Las otras brigadas, en su mayor parte, ejecutarían un movimiento envolvente. La 46ª y la 82ª cumplieron con exactitud su parte correspondiente en la orden general de operación.

A la hora señalada, las 6,15 de la mañana, protegidos por un fuego barredor de artillería, avanzamos frontalmente y conseguimos penetrar en muchas de las posiciones, “parapetos”, que defendían la ciudad, llegando inclusive hasta ocupar algunos de los puntos importantes de sus aledaños. Sin embargo, las demás unidades, la mayor parte en todo caso, no realizaron el movimiento envolvente en forma simultánea y algunas de ellas fueron rechazadas en la iniciación de la operación. Por ello, todo el fuego defensivo del enemigo y sus particulares movimientos envolventes al sector que nosotros habíamos dominado, me obligaron a ordenar un repliegue parcial, esto es, exclusivamente hasta el último punto de partida, aquel al que habíamos llegado antes de las 6,15 de la mañana. El movimiento envolvente del enemigo nos cerró la ruta de la carretera, dejándonos como salida uno de los lados de la misma, pero éste lo formaba un extensísimo pantano. Al atravesar el indicado pantano tuvimos que meternos en el fango más arriba de la cintura.

Y estando en estas condiciones recibí por teléfono la orden del Jefe del 8º Cuerpo del Ejército, coronel Pérez Salas, la orden terminante, sin duda alguna dictada en estado de gran nerviosismo y molesta por el fracaso de la operación debido al retraso o inoperancia de las otras unidades, de que nos quedáramos exactamente en el lugar en que estábamos. “Señor -le dije-, toda la brigada 45 y parte de la 82 están enteramente dentro del fango. Sólo una pequeña parte de la 82 se encuentra en un lugar medianamente alto del lomerío. Hemos tenido, aproximadamente, un quince por ciento de bajas y el fuego de artillería está localizando ya el lugar donde estamos prácticamente enterrados” “¡ Permaneced donde habéis llegado ¡”*



Durante varios minutos recibimos un terrible fuego concentrado. Un fuego cuya línea progresiva era dramáticamente visible, porque los estallidos de las granadas en el agua se encargaban de mostrarla(saltaban chorros del líquido). Una especie de línea cerrada de géiseres avanzaba implacablemente hacia nosotros. No sólamente lo mortífero del fuego de la artillería nos dañaba, sino que el agua putrefacta nos ahogaba en el baño a distancia.

Cuando vino la aviación, con su propia artillería a coadyuvar al fuego general de la artillería de tierra, pues hasta ese momento los aviones enemigos se habían limitado a señalarle a su artillería de tierra nuestro blanco, entonces fue imposible resistir el fuego. Y fue cuando no me quedó más recurso que ordenar el rápido repliegue general hacia la parte ligeramente montañosa que quedaba detrás de nosotros. Ya en ese refugio transitorio pude darme cuenta de que nuestras bajas alcanzaban muy cerca del cincuenta y uno por ciento, que, según el reglamento militar obligan inevitablemente al relevo de unidades.

Varios caballos magníficos, de raza andaluza, provenientes de la Guardia Civil, que habían quedado en el campo enemigo cayeron en las manos de los soldados de mi 46ª brigada. Ignorábamos naturalmente los nombres que originalmente habían tenido esas hemosas bestias. Había, por lo tanto, que ponerles nuevos nombres. El mío, el que a mí me tocó como jefe de la brigada, el más austero de todos, y precisamente por su aparente extraordinaria austeridad, le puse yo mismo de nombre El Señor. Otros oficiales escogieron para ellos los que mejores le parecieron.

Y llegado el momento en que Manolo Gómez, mi asistente, hiciera lo mismo, procedió de la siguiente manera: durante largo tiempo estuvo observando a su caballo, el caballo que le había tocado. Y después, cuando lo consideró prudente, me dijo: “Mi caballo, mi teniente coroné tendrá el nombre de “er Tanque de guerra”, porque su caballo era un animal bastante entrado en carnes posiblemente obachón. En una ocasión galapábamos Manolo y yo por la proximidades del frente. Al pasar por una barrancada donde había un arroyo el caballo de Manolo, de cuello “excesivamente duro”, se pegó en el agua al mismo tiempo que yo galopaba cuesta arriba para situarme en una cota donde silbaban ya las balas.

Viendo desde arriba los esfuerzos que hacía Manolo por arrancar a su caballo de la “sed de agua”, le gritaba yo “¡Vamos, Manolo!”. Por fin cuando éste, galopando pesadamente con su caballería llegó hasta mí , le dije:”¿Pero qué diablos hacíais?”, mientras, de vez en cuando, se oían esos silbidos, a los que en México los soldados llamaban “las golondrinas”. Manolo suavemente, tranquilamente, me respondió: “Naaa, mi teniente coroné, que habrá que cambiarle el mote a este caballo.”.”¿Y ahora cómo se llamará, Manolo?” “Pue, muy sencillo, mi teniente coroné: er Tanque... pero de Agua”.

Corriendo por las zonas llanas de Extremadura, a media noche y acercándonos frecuentemente a sectores completamente barridos por el fuego de enemigo, Manolo cayó con su caballo, er Tanque de Agua, en uno de esos pozos que , casi a flor de tierra, son muy frecuentes en algunas zonas de Extremadura. En la oscuridad de la noche, una de esas noches negras en las que no se ve

ni los dientes blancos a los negros próximos, Manolo y yo hacíamos esfuerzos inauditos por sacar al caballo del embarradero en el que irremediablemente se estaba hundiendo. Y parece que con sus quejidos, verdaderamente angustiosos, nos hacían comprender que su situación era positivamente grave. Mientras yo esperaba cerca de aquella posible tumba de lodo en la que se debatía el animal o en que se había debatido, porque ya la fatiga lo había dominado y apenas si sacaba la cabeza, Manolo, se fue con mi caballo a traer refuerzos de algún batallón próximo y , de ser posible, una grúa.
El salvamento llegó como unos quince minutos más tarde. Era una compañía entera de infantería y una grúa de las usadas en el ejército arrastrada por un jeep. Largo tiempo duró el salvamento de “er Tanque de Agua”. El pobre animal, que se ve que sufría horriblemente con la tirada de los cables, del propio cuello algunos de ellos, casi nos pedía que lo dejáramos morir, porque lo estábamos destrozando. Entonces Manolo, acercándose en la oscuridad del momento, pero de la manera que le era habitual, me dijo:”Na, mi teniente coroné, que este caballo está destinao a que le estemos cambiando el nombre, si se salva ahora se va a llamar “el Sumarino”´.


Por andar siempre o de preferencia entre oficiales mexicanos Manolo se acostumbró a usar algunos de nuestros términos, aunque sin entender bien o de ninguna manera su significado. Por otra parte cuando vino una orden terminante de que los extranjeros, todos los extranjeros incorporados al Ejército Republicano entregáramos nuestros mandos, ya fuera de jefes u oficiales, para salir después del territorio español (así quería obligar el Alto Mando ingenuamente a Franco a que abandonara la utilización de brigadas italianas, ejércitos moros y de técnicos alemanes), Manolo fue a ver al coronel Juan B. Gómez, y le dijo: “Mi coroné, yo ya soy tan mexicano como ujtedes y me quiero ir a México con ujtedes”.”Mira, Manolo- le respondió el coronel-, tu hablas como los de Veracrú, en Barcelona buscas al embajador de México, coronel Tejada, que también es de Veracrú y le dices que tú también eres de Veracrú y que quieres, por lo tanto, que te de los papele”.
Manolo vino a verme contándome entusiasmado la receta que le había dado Juan B. Gómez para salir con nosotros de España. Pero yo le dije: “Mira, Manolo, nosotros no nos vamos porque queremos, sino para eliminar a los extranjeros del campo enemigo; a los extranjeros que participamos del lado republicano nos echan. Y nos echan con orden militar estricta. Pero tú eres español y tienes que quedarte aquí suceda lo que suceda. Yo no puedo ayudarte a que te vayas.
Salí de Extremadura cruzando en barcazas rápidas frente al territorio de Valencia, ya dominado por el enemigo, y llegué a Barcelona. Manolo, no sé como, había hecho lo mismo.
Esto lo supe después, ya en París, porque me lo contó el coronel Tejeda. El coronel me dijo: “Vino a verme su asistente, Manolo Gómez diciéndome. “Mi coroné, yo como usté, soy de Veracrú y quiero que me dé lo papele”. Yo le pregunté: “ ¿De qué parte de Veracrú eres, Manolo?”. Pero se ve que no lo había prevenido, muy turbado me dice, poniéndome la mano en la espalda suavemente: “Palabra de honó que soy de Veracrú, chingadito”. Manolo pensó que aquello podía ser el “Sésamo, ábrete” que le podía conducir a México mediante la entrega del correspondiente pasaporte.
No sé que habrá pasado con Manolo. En este momento recuerdo que en una ocasión le dije a Manolo: “Mañana, Manolo, estaremos cerca de tu aldea, la famosa Benquerencia, esa Benquerencia que yo te he ofrecido, si ganamos la guerra, obtener del gobierno que le pongan Benquerencia de los Gómez, porque ahí casi todos sois parientes. Iremos allá tú y yo, para ver si así podemos comer un poquito de jamón (ya que entonces en España, el país del jamón, el jamón era totalmente desconocido)".
Al llegar a Benquerencia, la presencia de Manolo causó verdadera sensación, pero una sensación en extremo dolorosa y dolorosa a la manera andaluza, que es una manera extrovertida en grado superlativo.
Mientras cruzábamos por la calle en el automóvil de la brigada, las mujeres que reconocían a Manolo estallaban en llanto. “Aquí viene Manolo – decían- , el amigo de mi Pepillo, matao hace un año (o hace dos, o hace tres...). “Manolo, ¿pa qué has venio?”.”Mira que tú me recuerdas esto, lotro”. En fin, el llanto se sucedía de casa en casa y de esquina en esquina hasta convertirse en un verdadero clamor que, arrastrándose, seguía detrás de nuestro coche. Todavía muy arriba del pueblo, pueblo escalonado a la manera de Taxco, que era donde vivía Manolo, yo veía abajo los ademanes de mujeres en llanto que me gritaban cosas relativas a sus propios muertos........
Manolo Gómez regresó a Benquerencia cuando acabó la contienda donde vivió hasta el resto de sus días querido y respetado por todo el pueblo.

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