lunes, 9 de julio de 2007

XLII-Recordamos con cariño-XLIII-Teatro Medieval-XLIV-Castillo de Benquerencia 1472

JOSÉ MARÍA CABALLERO TENA(Padre de Carrasco)
PAULA GALLARDO MARTÍN(Madre de Carrasco)
 BODA DE MANUEL Y PILAR ENTRE LOS PEQUEÑOS SE PUEDE RECONOCER A PORRILLA, EL CAPITÁN, CATI DEL CHURRERO, INESITA, ROSA DE TRIVIÑO-LOS MAYORES EMILIANO, FELÍCITAS, ANTONIO, ROSA DE ANTOLIANO.......
AMALIA, CLEMENCIA, EMILIA Y PEDRO
 MANOLO(EL MÉDICO DE HUELVA, ESTEBAN Y EL CAPITÁN PADRE
¿ALGUIEN RECONOCE A LOS QUE APARECEN EN ESTA BODA?
SALIENDO DE LA IGLESIA QUIERO RECONOCER A LA ANITA DE ANTOLIANO. EL NIÑO DE LA PARTE DERECHA ES ANTONIO EL CAPITÁN DE LA MANO DE SU MADRE PEPA "LA GALANA"
MANOLO DE SEVERINO
(LAS 4 FOTOS ANTERIORES HAN SIDO ENVIADAS POR ANTONIO MERINO)
MANUEL MERINO(EL SASTRE), MARÍA CABALLERO Y SUS HIJOS NANOLO, ISABELITA Y JOSEFINA
  VÍCTOR HIDALGO EN SAN JOSÉ 1958
 VÍCTOR Y SU HERMANA PAULI CON 40 DÍAS
 SAN JOSÉ 1960
  DECORADO TOTAL
MAXI Y SU HERMANA MAGDALENA
San José 1974: Pauli, Victoria, Amelia, Paqui y Antonia
Procesión de San José del año 1.943

Procesión de San José del año 1.944


Victoria, la abuela Felisa, Otilia, Antonia, Luisa de Wenceslao, Juan y Lely de Valeriano.Foto del año 1.944


Antoliano, D. Jerónimo, Padre Morillo, Manuel Hidalgo, Manolo, José Lozano, ¿? Rafael y Ángel Sánchez. Foto del año 1953

Familias de Lironera y Lavativa.

Emiliano, Roque, El Chato, Alejandro, Pizarro, Pepe Luis,.., Manuel de Emilio, Magdalena, …, Emilio,Salvador, Modesta, Otilia, Pilar, Manola y Araceli.

Juan Cabanillas(El Asentero). Foto del año 1965


María y Antoliano con sus nietos
Ángel de Pito, Manuel, el Roso, Engracia Martín, Rosa y Mª Carmen en el Palomar
Celebración de San José.Foto del año 1965
Manuela Caballero con sus sobrinos Víctor, Luis, Fe, Rafael y Manolo
María Luisa, María de Florentín, Encarnación, Agustina de Tarrán, Marcelina, Manuela, María Acedo, María de Antoliano, Engracia, Manuel, Antoliano, Emiliano, Guadalupe y Mozón
Rafael Morillo, un amigo, Eduardo, Víctor Tena y Manolo Morillo
Diego de la Cortijeña, Manolo(el Negrín), Braulio, Fernando de Oreja, Frutos de la "Boyú", Perico el Andaluz, Manolo de Cupido, Marceliano Hidalgo, Sacristán de la Guadalupe, Antonio Mª Triviño, Lavativa y Santiago (Rorro), entre otros de izquierda a derecha y de atrás hacia delante.
Diego de la “Boyú”, el Teco, Lavativa, Antonio, el Rana, el Cabo Bigote, Retales, El Conde, …., , Santiago.


Araceli, ¿? , Maria, Enrique Cuenca, Miguel, José de Emilio…….
José de Garrio, Basi, Basi Mari, Basi de la Churrera, Catalina(abuela), Catalina (hija), José, Manolito, Cati, Manolín, Inesita. Foto del año 1965
Equipo de fútbol del año 1959: Jesús, Víctor, Joselín, Tomás, Antonio, Manolo, Emilio, Pepito, Pepe Luís, Quiqui y Porrilla
Luis, Emilio, Manolo(yo), Luisa Caballero, Fe y Emilio Tena
Santiago, Antonio María, Carnera, 3 guardias civiles,Triviño, 2 taxistas de Castuera y Jenaro.
Manolo Tena, Joselín, Jesús de Molinilla, Manolo de la Amelia y Manolo de Belmonte(El Gordo)
Enrique, Salvador, El Teco, Víctor Hidalgo, Manolo, Sixto, Ángel, Juan Antonio y Norberto.Foto del año 1.951
Pilar y las famosas ovejas de su padre Pepe el Militar
Emilio, Ángel, Joselín, Jesús, Manolo y Manolillo
Foto en San José: Rafael Calderón (en el caballo),Catalina de César, Antonia, Julián, Rafa de la Constanza....
José Mª Tena, Manuel Ruíz, Eloy Ruíz, "El Rana", Manuel de Churrubiales, El Tano, Leonor de Gumersindo, Antonio Valdivia .
Enrique, D.Antonio, ¿?, Juan(Bubela), Rafael, Ángel (padre), Ángel (hijo) y Manolo (Pancho)
…..Pilar, D. Antonio, el Chico de Calixto, Rosa y Antonio el carpintero
Carlota, Felisa, Rosa, Josefina y Florentina. Foto del año 1.958
Antonia y Mª Jesús del Cartero, Inés, Manolo del Cartero, Lola, Isabelita y Jesús de Molinilla y tres chicas más en Castellán
Bautizo de Takio. Año 1970
Teodomiro, José Garrido, Cati, Churrera, Churrero, Emiliano, Paulina del Moreno, Paula Gallardita, Justo, Basi, los tres de arriba eran los músicos.Foto de San José del año 1.970
Juan, Tomás, Manuela, Rosa, Isabel, Julio del Segaor, Engracia, Manola y Manolo.
Participantes en las actividades de la Sección Femenina el año 1971: Santiaguín, Cati, Enrique,…
Participantes en las actividades de la Sección Femenina el año 1971.
Participantes en las actividades de la Sección Femenina el año 1971
Juana Vélez, Orencia, Encarna, Manuela de Becerra, Isabel(maestra), Isabelita, Aurita, Emilio, Isidora, Maria, Luis, Antonio de Plano, Justa de Manolete, Miguel, Anita, Isabel de Ignacio, Emilita de Benjazmín, Antoñita, Andrés, Quico de Vicente, Niño Barroso.
Pepe, Rafael, Manolo, Salvador, Ángel (todos hijos de Antoliano), Manuela, Aurora, Engracia, Pilar y Asunción (sus esposas)

Sixto Ramón, Manolo y Ángel Morillo. Emilio Tena.Baile de San José en el bar de La Churrera
Pablo Molina y familia
Antonio, Josefa, Francisco, Pedro y Ana María. Foto del año 1.982
Procesión Domingo de Ramos en Badajoz-El 1r seminarista Rafael Calderón y el 3º D. Antonio, muchos años párroco de Benquerencia
Fabián, Antonio, Pura, María, Angelita, Manuel, José, Pedro, Alfonso y Ángel. Foto del año 1.999

Rafael, Emilio, Eduardo, Manuel Matías, Chiqui de Castuera, Manuel Calderón y Amaya
Rosalía, Jerónimo Morillo, María Triviño, Antoñita, Mª Luisa y Orencia
Engracia Martín con sus tres hijos Rosa, Antonio y Florentina. Foto del año 1958
De atrás para adelante: Agustín de la Pura, Rafael Calderón, Alfonso Ramos, un hijo de la María de Puchas, Miguel,José Manuel, Antonio Frutos Caballero, Rafael Sánchez y Benito

Parte de una gran familia:Eduardo, Jose Luis, Amparo, Clemo,Manolo(Chupa)Engracia, Carmen..... Foto hecha en San José 2008FOTOMONTAJE DE JUAN CARLOS MARTÍNEZ GARRIDO

Capítulo XLIII
BENQUERENCIA DE LA SERENA
Y SU CASTILLO.

Dramatizacion versificada de una pequeña obra de teatro medieval en un acto y dos cuadros.

En esta dramatización se relata la visita del rey Fernando III a Benquerencia y la posterior entrega del castillo D. Pedro Yáñez

Fondo de escenario con el interior de una sala del castillo. Ventanales por los que se ve el campo. Cojines en un lado, una mesita en el centro y unas alfombras. Se quiere dar la sensación del interior de un castillo árabe. El techo y los laterales pueden quedar al descubierto (Por si se llevan antorchas)

CUADRO 1º
(Fondo musical árabe)

Escena 1ª
(Entra un soldado al escenario y otea el horizonte señalando desde un lado del escenario)

Soldado moro 1.-1
¡Ah de la guardia, soldado ,
se acerca a la barbacana
en caballería alazana
un jinete que está armado!
( Desde el otro lado del escenario. ) 2
¡Alerta a la guardia toda
que la noche está algo oscura
y veo la cabalgadura
que se acerca por la Roda!
Voz en off.- 3
¡Ya presto le doy la entrada,
mas no sé quien se introduce
y una inquietud me produce
que venga de madrugada.!
Soldado moro 1.- 4
Pues que pase ese soldado,
que nos dé su santo y seña,
y en cuanto cruce esa peña
todo quedará aclarado.

(Entra el emisario y hace una reverencia)

Soldado moro 1.- 5
Bienvenido seas amigo,
pareces venir cansado
y hasta tal vez agotado,
quiero que Alá sea contigo.

Soldado moro 2.- 6
Mi misión aquí ya acaba
Vengo de un largo viaje
para traer un mensaje
al jefe de esta alcazaba.

7
Llamad al jefe enseguida,
quiero entregar el mensaje
y dejar este equipaje,
¡es tan dura la subida!

Moro 1.- 8
Debe ser algo importante
ya que te veo preocupado
y hasta se diría alterado;
ahora lo llamo, al instante

9
Descansa y toma el aliento,
que al alcaide voy llamando,
tal vez se esté levantando.
Espera sólo un momento.
(Sale para llamar al alcaide)

Soldado moro 2.- 10
A mí me parece extraño
que venga el Rey de Castilla.
Es una gran maravilla
que no venga a hacernos daño.
11
En esta tierra de moros
que nunca pisa el cristiano,
¿porqué invade al ser humano
si no tenemos tesoros?

Escena 2

Entra el alcaide. 12
Que Alá te guarde, soldado
y que guarde nuestra gente.
Dime ese mensaje urgente
que te trae tan agotado.

Soldado moro 2. 13
Las huestes del Rey Fernando
avanzan por la llanura,
pisando esta tierra pura
al moro está amenazando.

14
Y en una larga jornada
lo tendremos a la vista
y con su mesnada lista
veo la tierra amenazada.

15
Señor alcaide,¡ qué espanto!
La amenaza del cristiano,
la tenemos en la mano
nuestro pueblo tendrá llanto.

Alcaide.- 16
No te acongojes, soldado,
acaba con tu mensaje
y muéstranos más coraje
ante un pueblo amenazado.

17
El Rey Fernando es muy justo,
de su bondad te aseguro
y hasta casi te lo juro,
no nos muestres tanto susto.

Soldado moro 2.- 18
Están sólo a una jornada
y os piden una entrevista,
ya casi están a la vista
pues vienen de galopada..

19
Señor alcaide, yo os digo
que hasta aquí llega el mensaje
y contad con mi coraje
pues soy siervo y soy amigo.

Alcaide.- 20
Pues vete ya a tu aposento,
que se persone Jafer
que con tacto de mujer
prepare un recibimiento.

(Sale el soldado y entra la mora Jafer)

Jafer.- 21
Señor alcaide, aquí estoy,
decidme vuestro deseo
ya que alterado os veo
y vuestra sirviente soy.

Alcaide.- 22
Va a venir el Rey cristiano,
prepara un recibimiento
para que quede contento
Tratadle como un hermano.

Jafer.- 23
Como mandéis, mi señor,
dispondré lo necesario
según dice el emisario
con una fiesta en su honor.

Alcaide.- 24
Pues parte ya con premura
que por el Altillo avanza
la avanzadilla con lanza
por alcanzar esta altura.

Escena 3.
Música (El Alcaide se sienta y una joven le entra una pipa de agua.)

Entra un soldado.-
Soldado moro 3.- 25

Señor alcaide, cristianos,
abajo están acampados,
son unos treinta soldados
con pendones en las manos.
26
El Rey cabalga una yegua,
un animal todo blanco
y poniéndose a mi flanco
me han solicitado tregua.

Alcalde.- 27
Pues que pase y dadle abrigo.
Dadle todos los honores
porque son grandes señores
y él es un Rey, un amigo.

(Suenan las trompetas. Se acerca la comitiva cristiana)
Entra un soldado moro anunciando al rey.

Moro.- 28
¡Que pase el gran Rey Fernando,
amo y señor de Castilla,
gran tierra de maravilla
con ejercito a su mando.!

29
¡Hagan pasar con tambores
a ese gran rey castellano,
extendámosle la mano,
recibidlos con honores!

Escena 4ª
Pasa el Rey y su comitiva.
Alcaide.- 30
¡Majestad, señor poderoso,
que a vos acompañe Alá
y os premie con el maná.
Vuestro valor es famoso.!

31
En Bienquerencia os halláis,
y en este fuerte castillo
que a nuestro valle da brillo
y hasta vos mismo admiráis.

Rey.- 32
Os doy las gracias, valiente,
conocido en esta tierra
desde el llano hasta la sierra,
alcaide sobresaliente.

33
Por las tierras cabalgando
de Magacela a esta plaza
con tan sólo alguna hogaza
y a los caballos cansando.
Alcaide.- 34
Os ofrezco una bebida
para calmar los calores
y que cesen los sudores.
Que esta tierra nos dé vida.

Salen unas jóvenes con una bandeja y copas.

Rey.- 35
Por vos y por vuestra tropa
y por esta bella tierra
desde el llano hasta la sierra
levanto alegre esta copa.

Bebe el rey y el alcalde le indica con un gesto que tome asiento. Se sientan los dos.

El alcaide da unas palmadas y salen cuatro jóvenes portando sendas bandejas.
Se acerca la primera joven con una hogaza de pan. El alcaide la señala.

Alcaide.- 36
Este pan de fina harina
se cultiva en nuestra tierra,
desde el llano hasta la sierra
y del prado a la colina..
(El rey asiente con la cabeza)
37
Tomad el vino que calma
que da energía y sosiego
y que cultivó el labriego
con fuerza de cuerpo y alma.
(El Rey asiente)
38
La carne de mi ganado
con alimento de heno
mantiene el aprisco lleno
y el estómago saciado.
39
Cebada para el caballo
que os trasladará a otra tierra
y raudo cruza esta sierra
sin tener el menor fallo.
(El Rey vuelve a asentir)
40
Estos presentes entrego
a Fernando, Rey cristiano,
al que trato como hermano,
y que aceptéis, os lo ruego.

(Un soldado cristiano se acerca al Rey con una bandeja en que hay un puñal. Éste lo coge y lo entrega al alacaide).

Rey.- 41
Y yo esta daga os entrego
del acero toledano
hecho con experta mano.
Aceptadlo, os lo ruego.
Alcaide.- 42
Os lo acepto majestad
es un regalo precioso
y de brillo esplendoroso.
Aseguro que es verdad.
Rey.- 43
Ahora os diré las razones
y el motivo del traslado
por el que vengo agotado
Aceptadme mil perdones.

44
He recibido un mensaje
desde tierra cordobesa
de que la ciudad fue presa
por cristianos de coraje.

45
Mil doscientos dieciséis
será el año memorable
de este hecho inolvidable
alcaide, ya lo sabéis.

46
Y como han sido cercados
ahora marcho a liberarlos
y voy corriendo a salvarlos;
son mis hombres muy amados.
Alcaide.-
47
Majestad, cuesta creerlo
cómo en Córdoba la bella
Alá no resida en ella,
¡ qué triste soy por saberlo.!

Rey.- 48
He de asegurar por tanto
la retaguardia cerrar
y los castillos tomar.
No pongáis cara de espanto

49
Mi buen alcaide, yo os pido
que me entreguéis la alcazaba,
con el tiempo todo acaba;.
la guerra yo no he querido.

Alcaide.- 50
Majestad, yo soy leal
a mi raza y a mi credo,
y aunque no tenemos miedo
no quisiera hacerlo mal.

51
Yo juré sobre el Corán
mantener este fortín
y no puedo darle fin
puesto que sería un rufián.

52
No obstante, yo le aseguro,
si consigue su proeza,
el rendir la fortaleza
aunque para mí sea duro.

53
Si aceptáis la sumisión
las propiedades respeto,
el pueblo quedará quieto
no será la perdición.

54
Si presentáis resistencia
Este pueblo dejaréis,
vuestros bienes perderéis.
Esta sería la sentencia
Este Proyecto fue presentado al Ayuntamiento de Benquerencia por sus creadores Juan Tena Serrano y Manuel Tena Caballero el año 2008. Estamos a la espera de su futura realización y puesta en escena aunque sea a nivel escolar.
Capítulo XLIV
CASTILLO DE BENQUERENCIA (octubre de 1472)
El capitán don Diego “de Cáceres” Ovando esperaba con verdadero deseo la visita de su mujer doña Isabel de Flores en el castillo de Benquerencia. Hacía casi tres años que no se habían visto. Durante los últimos dos, su hijo segundo, el joven Nicolás, había ido a vivir con su padre, quien se había ocupado de inculcarle en las muchas horas muertas que pasaban en la fortaleza los conocimientos que tenía de la Orden de Alcántara: sus orígenes, su organización, sus encomiendas y sus costumbres.
El niño había aprendido todo con avidez, para gusto de su padre, que como buen conocedor de la naturaleza humana comprendió que Nicolás de Ovando aquel vástago había heredado las mismas cualidades que a él le habían hecho triunfar en la vida: valor, tesón y fuerza. Además, tenía una inteligencia y una memoria que eran superiores a las suyas, por lo cual le buscó un preceptor que le mantuviera ocupado y le formase.

Por suerte en Benquerencia habitaba un sacerdote con fama de sabio, que antaño fue profesor de la universidad de Salamanca y que se había querido retirar del mundanal ruido en aquel lugar perdido. Era su pueblo de nacimiento y a él había retornado a acabar sus días, entre lecturas y meditaciones, tras una grave enfermedad que lo había debilitado mucho. A pesar de sus sesenta y cinco años cumplidos, pronto había comprendido que se había precipitado. Su salud mejoró mucho al poco de llegar a Benquerencia y ahora era excelente, y su cerebro seguía estando muy activo. De hecho ya estaba verdaderamente aburrido de la contemplación y de la lectura solitaria, acostumbrado como estaba a la educación de muchos jóvenes y ya comenzaba a pesarle la decisión que había tomado de retirarse cuando llamó a su puerta el capitán.

El cura, llamado fray Bernardino de Estepa, aceptó de buen grado ser el maestro del joven Nicolás. Le quedaban energías más que suficientes para ello; echaba tanto de menos la enseñanza que se dedicó plenamente y con gran ilusión a formar a su inteligente y aplicado pupilo en la materias tradicionales de la gramática, la retórica y la lógica, que constituían el trivium y que él dominaba. También le enseñaba los fundamentos del cuatrivium, aritmética, geometría, astronomía y música, ya que era un hombre muy culto y capaz y quería que su pupilo tuviera una formación integral.

Así, los azares de la vida hicieron que Nicolás tuviera en Benquerencia un extraordinario preceptor que le iba a enseñar además, latín, historia antigua, historia sagrada y algo de literatura. Ello satisfizo mucho a su padre, que decidió mantenerle a su servicio hasta que hiciera de Nicolás un joven culto mientras que él se ocupaba en persona del entrenamiento militar de su hijo.

Así pasaron dos años tranquilos en Benquerencia, al margen de algunos pequeños conflictos en los alrededores con tropas del clavero. Y Nicolás crecía rápidamente, repartió su tiempo entre los libros y pergaminos del anciano fray Bernardino y las lecciones de su padre. Éste le enseñó el manejo de la espada, arte en que demostró ser también un aventajado alumno. Don Diego de Ovando se sentía orgulloso de él y no lo ocultaba. Y la verdad es que tenía razones para ello, ya que el niño crecía fuerte y hermoso. Pero lo que en secreto asombraba a su padre era q ue aceptaba la disciplina sin rechistar, pues jamás protestaba por nada, y disfrutaba con el estudio tanto como con sus juegos. Su carácter sereno y noble, siempre dispuesto a ayudar, incluso cuando nadie se lo pedía, hizo que los curtidos y aguerridos soldados y caballeros de la guarnición le quisierán. Le adoptaron como mascota de Benquerencia y le pusieron como sobrenombre "El Comendador chico".
Pero Nicolás, a pesar de estár contento allí, echaba de menos a su madre y sus hermanos, que se habían quedado en Cáceres, aunque nunca lo había manifestado por no molestar a su padre, que se debía sentir como él. Hacía más de dos años que estaba en el castillo del sur y por ello recibió encantado la noticia de la llegada de su madre, que además venía acompañada de su hemano Hernando, el tercero de los hijos del capitán y su hermano favorito.
El tiempo pasó volando desde entonces y por fin doña Isabel llegó a Benquerencia una tarde un par de semanas después. Venía con una escolta de veinte hombres de armas y llegó montando sobre su jaca, como gustaba de hacer. Detrás de ella llevaba a su hija Juana a la grupa y a su lado venía su hijo Hernando en un caballito árabe. Sus ojos inquietos buscaban a su hijo segundo y cuando lo vio saludándola con la mano desde la guerrera muralla, se quedó impresionada de c omprobar cómo había cambiado. Mientras el niño bajaba corriendo de su atalaya para saludar a su madre y darle la bienvenida, la señora pudo apreciar lo mucho que había crecido en el tiempo que había estado lejos de ella.
Ya tenía doce años y era casi tan alto como su padre. El rostro regular y agradable, con rasgos bien proporcionados, era cada vez más parecido al de su abuelo Hernán Blázquez. Le había crecido mucho el cabello pelirrojo y se lo habían recortado a lo paje, lo cual le hacía parecer algo mayor. Sus ojos claros de color aguamarina poseían la misma transparencia y luz que ella recordaba, y la piel blanca que tenía de natural, y que antaño le había dado un aire delicado, ahora estaba algo tostada por la vida al aire libre y el ejercicio, lo cual le daba un aspecto saludable. Seguía siendo un niño, aunque estaba a punto de dejar de serlo.
-Madre, madre,¿cómo estás?-dijo Nicolás, llegándose hasta el palafrén de la señora y sosteniéndole el estribo para que descendiera del caballo.
-¡Cómo has crecido, Nicolás! Estás hecho un hombre.
-Estoy bien, madre, y muy contento de vuestra venida a Benquerencia.
Vos estáis muy guapa. -¡Qué hijo tan galante tengo!
-¡Hola, comendador! Te he echado mucho de menos-dijo Hernando, usando el mote de su hermano, que ya todos conocían y usaban incluso en casa.
El niño de diez años bajó del caballo y se echó en brazos de su hermano mayor, que estaba muy feliz de verlos.
-Y yo a vosotros-dijo Nicolás, apretando entre sus brazos a su hermano.
-Yo también quiero un abrazo, hijo –dijo doña Isabel.
-Y yo –dijo la pequeña Juana, que apenas tenía seis años.
Mientras se sucedían los abrazos y la alegría del encuentro, el capitán “don Diego de Cáceres” Ovando recibió la noticia de la llegada de su esposa y salió de la reunión que estaba manteniendo con sus oficiales para recibirla. Don Diego y doña Isabel se miraron con intensidad. Ella apreció que el rostro de su marido se había endurecido bastante y que lo surcaban algunas arrugas nuevas, pero le encontró bien. Entre ellos seguía habiendo la misma vieja complicidad.
Él, por su parte, la vio tan hermosa y tan deseable como siempre. Su dulce rostro estaba alegre por el encuentro, enmarcado por un hermoso cabello rubio, trenzado y recogido en la nuca con una redecilla de oro. Mantenía el talle y las rotundas formas femeninas que tanto le gustaban y que resaltaban sus elegantes ropas de viaje.
Los esposos se abrazaron con emoción contenida por lo público del lugar, y después el padre miró a sus hijos Hernando y Juana. La pequeña había crecido muchísimo y se parecía a su abuela doña Leonor Alfón, lo cual le hizo mucha gracia. Hernando también había crecido, pero aunque estaba más alto lo recordaba bastante parecido a como estaba ahora.
El capitán hizo los honores a su esposa y juntos, acompañados de sus hijos, recorrieron la fortaleza. La curiosidad de doña Isabel por ver el lugar donde su esposo había vivido desde hacía casi tres años la empujó a recorrerlo de punta a punta, desde las poderosas murallas hasta la última de las torres. Mientras lo visitaba, iba ubicando cada lugar.
El de Benquerencia era un hermoso castillo, de buen tamaño, estrecho y alargado que se erigía en el filo de un escarpado monte de difícil acceso. La entrada estaba flanqueada por dos torres con doble puerta, una de hierro por fuera y otra de madera maciza de roble por dentro, con saeteras para los ataques sorpresa. Tenía una poderosa torre del homenaje cerca de la puerta, que reforzaba el edificio con su inmensa mole y defendía la entrada. Además se levantaban otras tres torres más pequeñas, pero no menos guerreras, llamadas “de Montánchez” la del norte, y “de Los Enamorados” y “del Águila” las otras dos. Estas últimas defendían los flancos de la edificación antigua que se erigía alargada sobre tres de los lados del pequeño patio de armas, cuya parte de atrás era el gran patio de los aljibes. Éste era un gran rectángulo que remataba en las paredes rocosas de la inaccesible sierra. Los aljibes, que posibilitaban la supervivencia en caso de sitio, eran una auténtica obra de ingeniería: el grande con más de siete metros de largo por seis, era árabe y tenía el techo abovedado, el cristiano era cilíndrico, con bóveda de media naranja y una dimensión de cuatro metros y medio.
El castillo estaba rodeado de murallas almenadas donde no había farallones rocosos, salvo por el lado de la cuchilla del monte, que era inaccesible. Desde sus muros sólidos y poderosos, que tenían cada diez metros torres cuadradas defensivas con almenas acabadas en punta y saeteras, se veía la extensión de la campiña del sur de Extremadura, con sus ubérrimas y ricas tierras.
La dama sólo se abstuvo de acercarse a la prisión, donde estaban los comendadores don Gonzalo y don Gutierre de Raudona. Aunque los dos caballeros vivían con cierta comodidad, porque don Diego les había facilitado cuanto había podido el amargo trance, el hecho es que llevaban prisioneros ya tres años. Eso si para cualquiera era muy duro, para un guerrero era una tortura, y doña Isabel no quiso molestarlos, pues ya debían estar pasándoselo bastante mal con su encierro.
Tras la visita del recinto amurallado y de las dependencias y almacenes del castillo, don Diego llevó a doña Isabel y a sus hijos a la torre del homenaje, que se erigía alta y orgullosa, con sus sillares de piedra granítica en las equinas y matacanado en lo alto, elevando su masa poderosa por encima de las demás torres. Entraron en el recinto militar y visitaron sólo la planta baja.
Estaba en penumbra por la luz exterior que entraba por la pequeña puerta, que don Diego había quedado abierta, y por las ranuras de la pared. La torre, como era costumbre en un lugar defensivo, no tenía ventanas , sino unas largas saeteras, verticales, de más de un metro de alto por veinte centímetros de ancho, con bancos a los dos lados para que los soldados defensores pudieran sentarse mientras vigilaban. Los soldados que estaban dentro se pusieron de pie y saludaron marcialmente a su capitán. Don Diego les ordenó que descansaran y después se retiraron del lugar para dejarles con su tarea.
Luego les llevó a los aposentos del alcaide, que estaban enfrente de la puerta, al otro lado del gran patio de armas que flanqueaba la torre del homenaje del castillo. Dentro de los mismos, la señora pudo ver que su marido vivía con bastante lujo. Se podían ver en el recinto algunos muebles de primera calidad, tomados como botín de guerra en alguna de sus incursiones en territorio enemigo.
Pequeñas ventanas permitían que entrara la luz en el amplio zaguán, decorado con dos armaduras antiguas que un comendador se había dejado allí y con un repostero que lucía el escudo de la orden rematado por la cruz flordelisada verde.
De allí pasaron a la sala inferior, que miraba hacia atrás, al gran patio de los aljibes, donde crecían dos limoneros que se veían desde las ventanas. Doña Isabel apreció los grandes candelabros de hierro de doce luces, de fina factura; un hermoso tapiz flamenco que colgaba de la pared de enfrente de la entrada, una verdadera joya que don Gómez de Solís le había enviado como regalo; así como un par de exquisitos bargueños salmantinos de roble, dorados, con columnas de hueso y adornos de marfil y con base de la misma madera dorada, con cajoneras talladas y sobredoradas.
Luego subieron al primer piso por una angosta y empinada escalera de granito iluminada por unos pequeños ventanucos que apenas dejaban entrar la suficiente luz como para ver bien. En la planta estaba la sala de despacho de su esposo. Allí, en una estantería hecha sobre la misma piedra, don Diego tenía diversos libros de pergamino y planos. La estancia contenía ocho saeteras, dos en cada pared, con poyetes de piedra para sentarse a ambos lados, lo cual permitía la presencia constante de soldados vigilantes, por si llegara el caso de que se necesitaran.
Había en la sala una gran mesa rectangular castellana de roble, que habían tenido que subir por la estrecha escalera en piezas, para montarla después allí. La rodeaban unas hermosas sillas de pino, teñidas de negro, de tipo frailuno, con los respaldos tallados con los escudos de la casa de Ovando y Flores que sorprendieron a la señora por la finura de su ejecución. En la pared norte, había una talla de madera de tamaño natural. Era un San Miguel, de buena factura castellana, estofado y policromado, con la espada enhiesta y pisando al demonio.
El techo, con bóveda de crucería de piedra de sillería, arrancaba en pequeños capiteles de las esquinas, lucía animales mitológicos y un medallón central, en el cual se podía ver la cruz flordilesada de Alcántara pintada de verde, el color de la orden, que en heráldica recibe el nombre de “sinople”. De la esquina sur, arrancaba una pequeña escalera de caracol que subieron detrás del joven Nicolás.
Arriba estaba la habitación del capitán, con una gran cama de estilo portugués, de dosel, que probablemente conquistara algún comendador un siglo atrás en luchas fronterizas, y que allí se había quedado una vez realizada la difícil tarea de subir una a una las piezas y montarlas en el interior. Dado que la altura era suficiente, la habitación contaba con dos ventanas pequeñas, que se asomaban una al patio de armas y la otra al lado opuesto, sobre una verde campiña cuya ri queza se extendía por las suaves colinas hasta el horizonte.
-Venid, madre-dijo Nicolás, asiéndola de la mano.
Mi habitación está más arriba-añadió indicándole la continuación de la escalera de caracol.
Todos le siguieron y subieron hasta la habitación, que era un verdadero mirador, donde estaba el gran balcón matacanado que se veía desde lejos. Allí estaba la cama del niño, una espada pequeña de buena forja toledana que su padre le había regalado y varior libros que su preceptor, don Bernardino de Estepa, le había prestado para que leyera si así lo deseaba.
La dama se entretuvo mirando el lugar y después salió a admirar el maravilloso paisaje que desde allí se podía contemplar, sin que la altura a la que estaba le diera vértigo. La vista era maravillosa. Sólo la torre del homenaje estaba más alta. La campiña se extendía hasta el infinito y ella tenía la sensación de enseñorearla como un águila vigilante desde aquel mirador privilegiado. El lugar le hacía soñar con las viejas historias de damas prisioneras en altas torres, en épocas de guerra de moros. Desde aquella atalaya se podía ver todo lo que pasaba en muchas leguas a la redonda, sin que nadie pudiera acercarse al lugar por sorpresa, sin ser detectado. -
Aún se puede subir más, Isabel –dijo don Diego, viendo el efecto que la vista estaba provocando en su esposa.
–En lo alto, hay una pequeña terraza con dos centinelas que están permanentemente asignados allí, que otean la comarca y son nuestros ojos vigilantes.
-En un lugar increíble, Diego. Podría quedarme horas mirando este paisaje sin cansarme.
-A mí me produjo la misma impresión la primera vez, Isabel. Y te confieso que antes de que viniera Nicolás a vivir conmigo, pasaba muchos ratos aquí, mientras soñaba que iba a tu encuentro.
- ¡ Qué zalamero eres! –dijo la dama.
–Yo también he soñado contigo y te he echado mucho de menos, dijo mirándole de un modo que encendió al capitán de deseo. Los esposos se quedaron unos instantes de la mano mirando el mágico espectáculo que producía el sol al caer sobre la tierra en el ocaso. Y después se miraron con una larga y profunda mirada en que se dijeron muchas cosas. Se abrazaron estrechamente y se besaron olvidándose de todo por un momento, mientras sus hijos jugaban en la habitación. La algarabía infantil les devolvió a la realidad. Los niños estaban felices de verse de nuevo y mostraban su alegría jugando, gritando, corriendo y revolviéndolo todo.

-Ya está bien –dijo la señora, con falsa seriedad.
–No hagáis tanto ruido, que me vais a dejar sorda.
Los niños obedecieron, pero siguieron jugando.
Don Diego salió del balcón con su mujer. No se habían visto en mucho tiempo y tenían la urgencia de estar solos.
-Id a jugar abajo, Nicolás. Llévate a tus hermanos contigo, que mamá y yo tenemos que hablar de muchas cosas.
Los niños obedecieron. Los esposos descendieron hasta la habitación del castellano y se miraron con intensidad. Hacía mucho tiempo que no habían estado juntos y deseaban disfrutar el uno del otro como marido y mujer. El capitán cogió en brazos a su esposa como si fuera una novia y la llevó hasta el lecho, entre risas. Después de tantos años seguían amándose y deseándose con intensidad. Don Diego ayudó a su esposa a desnudarse y luego se quitó la pesada cota de malla y la camisa de debajo, así como las calzas. Estaba limpio, ya que, sabiendo que ella venía, el día anterior había tomado un gran baño para celebrar la ocasión. Isabel pudo ver que su esposo seguía siendo un hombre vigoroso. Los músculos de su pecho estaban todavía firmes y sus brazos eran fuertes y vigorosos, lo mismo que sus piernas. Su vientre era, quizás, un poco menos liso que antes pero muy poco. Don Diego estaba envejeciendo bien. Con amor y deseo, entrelazándose en su voz cálida, le llamó a su lado. Quería hacer el amor con él. El capitán aceptó la invitación y acudió al lecho con las mismas ganas que ella. Amaba a Isabel y la encontraba tan deseable como cuando apenas era adolescente y comenzó a cortejarla.
Los esposos, olvidándose de todo, se entregaron el uno al otro. A los primeros besos apasionados, siguieron la caricias, y a éstas, el deseo de estar más cerca el uno del otro. A pesar del tiempo transcurrido, ambos sentían que nada había cambiado entre ellos; seguían deseándose igual que antes. Así, mientras la dama sentía como su esposo entraba en ella y la penetraba con fuerza, ella se le entregaba por entero. Le recibió dentro de sí hasta sentir que se fundía en un abrazo con él, rendida a una pasión enaltecedora. Tras unos maravillosos minutos la batalla amorosa, juntos por fin, llegaron a un instante de extraordinario placer, que les hizo sentirses bendecidos por el mismo Dios, en el amor.
Era como si estuviesen hechos el uno para el otro y viceversa, de modo que don Diego le había sido siempre fiel, sin esfuerzo, lo mismo que ella a él. Doña Isabel le miro de nuevo cuando acabaron, con lágrimas en los ojos.
-Amor mío, no sabes cuanto te he echado de menos.
-Y to a ti, Isabel –dijo don Diego con voz ronca.
–He soñado con este momento desde hace meses, cuando te pedí que me visitaras. Ya no podía permanecer por más tiempo lejos de ti. Se me hacía imposible tenerte lejos y no podía dejar la fortaleza, porque mi ausencia sería demasiado peligrosa.
-Por eso he decidido venir, Diego, a pesar del peligro de caer en manos del clavero, fiando de su caballerosidad, si llegaba el caso.
-La verdad es que en ese sentido siempre ha sido gentil, según se dice.
-Así es, esposo mío. Su fama es tal que me temo que estés luchando en el bando equivocado. El maestre Solís no tiene más que enemigos, y en gran medida eso es por culpa suya, porque es muy poco político; no sabe hacer valer sus cualidades, y en cambio muestra demasiado sus defectos. Todo lo contrario que su rival.
-Tienes toda la razón, Isabel. No lo reconocería ante nadie más pero la verdad es que lleva años haciendo cosas que le ha enajenado de muchos amigos importantes. Se ha fiado de su poder, y eso le ha colocado al borde del abismo.
-¿Tan grave es la situación, Diego?
-No creo que sepas, Isabel, que hace apenas cinco días , el lunes 10 de octubre, Monroy se hizo elegir gran maestre por el capítulo de la orden, celebrado en la villa de Alcántara, que también ha caído en sus manos.
-Pero, ¿cómo se han atrevido los caballeros a elegir otro gran maestre cuando ya tienen uno, que sigue siéndolo y está vivo?

Eso es difícil de responder, Isabel. Quizá debido al prestigio de Monroy, quizá a la falta de visión de mi pariente Solís. Pero el caso es que desde que le dejé, hace casi tres años, no hace nada más que perder adeptos y batallas. De hecho desde la del Cerro de la Viga, hace más de dos años, el maestre no ha hecho más que retroceder. Y, Hoy día, apenas tiene autoridad sobre un puñado de encomiendas que rodean a esta mía de Benquerencia y a la de Zalamea. Pero a pesar de todo sigue creyendo, obcecada y locamente, que puede recuperar su autoridad.
-Y ti, ¿qué crees?
-¡Qué está acabado! El gran mestre Solís está en declive y por más que siga profiriendo órdenes cada vez lo hace con menos autoridad. Pero yo no le abandonaré jamás, si es eso lo que me preguntas, Isabel.
-La dama asistió en silencio. Se sentía orgullosa de aquel hombre que era capaz de defender a sus amigos y benefactores en lo bueno y en lo malo.
-¿Qué vas a hacer entonces, Diego?
-De momento, mantenerme aquí. Mi guarnición me es absolutamente fiel y sigo teniendo como prisioneros a los comendadores de Lares y Zalamea. Es importante mantenerles en prisión ya que el futuro de nuestro hijo Nicolás depende de ello. A pesar de que el maestre no tenga autoridad, confío en alguien más. Alguien que, llegado el día, cuando Solís desaparezca, lo cual no creo que tarde, porque el maestre está muy decaído y débil de salud, me permita una solución digna.
-Imagino que te refieres al rey de Sicilia, don Fernando, heredero del trono de Aragón.
-Así es, Isabel. Mi esperanza está en el marido de la princesa Isabel de Castilla, al que su padre, mi venerado don Juan II de Aragón, ha dado el título de rey de Sicilia, y que un día será nuestro rey.
-¿Y cómo sabes que te protegerá?
-No lo sé. Apenas tenía dos años cuando lo vi la última vez, pero su casa y él mismo tienen fama de cuidar a los que bien les han servido, y yo serví Juan II de Aragón muy bien a su padre.
-Eso es importante. Llegado el día habrá que hacerlo valer.
-Si. Es el único modo. Aquí, en el sur, me siento relativamente tranquilo. Tengo fama de buen guerrero, tras muchos años de batallas; soy dueño de una fortaleza difícil de asaltar y tengo aliados cerca, que son seguros y nunca me traicionarán. El sobrino del maestre, mi primo don Francisco de Solís, que tiene en su nombre la encomienda y castillo de Magacela, y su cuñado Francisco de Hinojosa, el del pleito con el clavero, que tiene bajo su control a Zalamea, me siguen en todo, y eso es importante para nuestra defensa. Monroy lo sabe y por eso de momento nos ha dejado en paz.
-No estás en una posición fácil, esposo mío, y ambos lo sabemos –dijo la dama mirándole fijamente a los ojos-, pero por si te quedaba alguna duda, quiero decirte que estoy plenamente a tu lado, hoy como siempre. Si un día lo necesitas, empeñaré mi hacienda entera para liberarte y, Dios no lo quiera, pero si llegara el caso, me humillaría ante quien fuera menester para sacarte de prisión si tus enemigos te capturaran.
-Me emociona tu lealtad.
-Soy coherente con mis sentimientos y mis compromisos, Diego, igual que tú.
-El capitán la abrazó con fuerza y la besó con ternura. Luego se levantaron del lecho y comenzaron a vestirse en silencio. Cuando acabaron descendieron a la habitación inferior, donde la chimenea crepitaba alegre, y se sentaron en los dos grandes sillones frente al fuego.
-¿Qué se dice de Isabel y Fernando en Cáceres?
-No demasiado. Los Ulloa controlan la ciudad en nombre del rey Enrique IV y el clavero, y como sabes el rey se arrepiente de haber hecho jurar a su hermana como heredera, e intriga para que de nuevo la nobleza castellana acepte a sus supuesta hija doña Juana como reina a su muerte.
-¡Qué ciego está y cuántos males quiere abatir sobre su reino ese pobre pelele!
-De nuevo está en las manos del marqués de Villena, su todopoderoso valido. ¿Y el arzobispo Carrillo?
-Corren diferentes rumores sobre él. Se dice que está jugando un doble juego. Por un lado se opone a la coronación de doña Juana y por otro pretende que doña Isabel le esté eternamente agradecida por haber sido él quien posibilitó la llegada de don Fernando , su esposo, a Castilla y su matr imonio con él.
-La verdad es que el prelado tiene razón en eso. Cuando se casaron, en 1.469, Enrique IV y la casa de Mendoza, que custodiaban a la supuesta princesa doña Juana, querían impedir a toda costa que Fernando de Aragón viniera a Castilla y se casara con la princesa Isabel. Sólo la astucia del príncipe y las lanzas del cardenal primado de España permitieron que el matrimonio pudiera celebrarse. Y fue don Alonso Carrillo quien los unió.
-Si, Diego, pero el caso es que el arzobispo de Toledo nunca parece estar satisfecho y pretende ejercer sobre la princesa una tutela moral a la que ésta se resiste. Carrillo no se da cuenta de que la futura reina de Castilla, porque intuyo que lo ha de ser, no es fácil de gobernar, sino que tiene ideas propias y sabe mantenerlas, como lo ha demostrado en su matrimonio.
-Tienes razón, Isabel.La princesa no es una de tantas.Tiene algo especial. Yo la vi en Ávila y quedé prendado de su majestad y firmeza. Si Dios quiere y le da salud será una magnífica reina y yo pondré a su servicio mis lanzas en cuanto desaparezcan el rey y el gran maestre.
-Probablemente sea ésa la mejor solución, Diego. Aquí esperarás tranquilo y rodeado de los tuyos hasta que mueran los dos. Se dice que el rey está muy delicado de salud también y muchos han aventurado que le quedan pocos años de vida, aunque eso sólo Dios lo sabe.
-Ya veremos, Isabel. El caso es que Enrique IV nos va a dejar como herencia a su muerte un mal recuerdo de su vida y una guerra civil como legado.
-Creo que exageras, Diego. La nobleza castellana nunca aceptará como reina a una princesa sobre la cual pende el estigma de la bastardía.
-La nobleza castellana antigua no, pero hay muchos oportunistas en estos tiempos. No olvides que la princesa es muy niña y en las regencias se hacen muchas fortunas a costa del matrimonio real. Isabel quedó pensativa un instante.
-Además, esposa mía, Enrique está negociando el matrimonio de su supuesta hija con el anciano rey de Portugal, don Alfonso V, lo cual es más o menos como invitar a una avispa a un festín de fruta.
-No creo que don Alfonso acepte ese compromiso. No te equivoques Isabel. Para Alfonso V , despechado por la negativa de la princesa Isabel a contraer motrimonio con él , la boda con doña Juana supone un cúmulo de ventajas. De un lado, si consigue reinar en Castilla, aprovechará los recursos de nuestro reino para seguir con sus conquistas africanas, teniendo las espaldas bien cubiertas. Si no consigue reinar en Castilla, nos hará la guerra, y en ella siempre conseguirá conquistar y guardar alguna plaza fronteriza que anexionar a Portugal. Además, la guerra civil debilitará a Castilla, cosa que a él le conviene en cualquier caso.
-¡Qué difícil situación, Diego! Cuanto más lo pienso, más complicado lo veo todo. Quizá debieras escribirle al rey de Aragón para pedirle que le hable a su hijo de ti. Los tiempos que se avecinan en Castilla van a ser muy movidos y necesitamos cuantos apoyos podamos conseguir. Tu posición es en verdad muy débil, esposo mío. Siendo realistas tenemos que considerar que estás al lado de un hombre derrotado, frente a otro poderoso y triunfante, que tiene el apoyo real. Sólo los muros de este castillo te protegen de su venganza y hay que procurar que así siga siendo el mayor tiempo posible.
-Escribiré a don Juan II. Tienes razón. Mi posición no es muy firme y debo hacer cuanto esté en mi mano para reforzarla. Nos va mucho en ello.
-Así es. Y si la tuya es difícil, la de nuestro hijo Nicolás lo es aún más. Tendrás que conseguir el apoyo de la princesa Isabel para que nuestro hijo llegue a tomar posesión de la encomienda de Lares prometida por el maestre Solís. Si no, todo habrá sido un mero sueño.

Mientras tenga en mi poder a los Raudona, la cosa no es tan descabellada.
-Al menos, tienes esa baza. En eso te doy la razón. Pero también eso me afirma en lo que te decía. Debes conseguir apoyos poderosos cuanto antes. Nicolás hablaba con su hermano Hernando mientras la pequeña Juana miraba con arrobo los cabellos rojos de su hermano, al que apenas recordaba.
-¿Cómo está Diego? –preguntó a su hermano. -Muy bien. Cada día es más mandón. Se cree con derecho a ordenarnos a todos hacer su santa voluntad y siempre quiere que le obedezcamos en sus caprichos por ser el primogénito.
-Y así es, Hernando –dijo Nicolás, que tenía un sentido muy jerárquico de la vida que se le había acentuado al vivir en aquella fortaleza sometida a una férrea disciplina militar-, debéis obedecerle y respetarle, porque como hermano mayor siempre intenta protegeros.
-Se me olvidaba que tú le defiendes siempre.
-En aquello que debo, si –le cortó Nicolás.
-Pero dime, ¿ha cambiado mucho? ¿Ha crecido como yo?
-Es algo más alto que tú. Algo así como cinco dedos –dijo mirando a sus hermano con atención.
- Pero parece más niño que tú. Desde que te ví por última vez has cambiado de verdad, hermano.
-Nicolás se enorgulleció del comentario.
-Si, Hernando. Aquí me estoy haciendo un hombre. Ya sé manejar la espada.
-Claro, comendador. Tienes suerte de estar con padre y de vivir entre caballeros y soldados. Un día, tú también serás caballero de Alcántara y llevarás la capa con la cruz de sinople.

-¿Qué es sinople? –preguntó la niña.
-Juana, no puedo creer que no recuerdes que sínople es como se llama el color verde en heráldica, hermanita. Yo mismo te lo había enseñado.
-Pues lo olvidé.
-No importa, preciosa. Te volveré a enseñar los colores y los nombres heráldicos de nuestras armas. Tienes que sabértelos de memoria.
-¡Qué bien!
-Si. Así entenderás mejor lo que significa el hábito de caballero que pronto tendré.
-Ya falta muy poco –dijo Hernando.
-Así es, hermanos, cuando cumpla dieciséis, podré entrar en la orden. A lo sumo a los dieciocho me harán comendador de Lares, y después seré un freire, un caballero comendador célibe que luchará por la orden.
-Te envidio.
-No lo hagas, Hernando. Cada uno tenemos nuestro destino. Tu eres aún muy joven. Ya te llegará el momento de decidir qué hacer, y seguro que entonces sabrás qué es lo que deseas, y harás algo que te llenará de orgullo.
-¡Qué bien hablas, Nicolás! -Si –dijo la niña interviniendo en la conversación-. Y cuando me hayas enseñado los colores y las armas también yo seré caballero.
-No, Juanita. Tú no puedes serlo. Sólo los hombres podemos.
-Pues no –dijo la niña enfurruñada -.Yo quiero llevar la capa blanca también.
-Algún día te la pondré encima, hermanita. Tú lo que tienes que hacer es ser buena, obedecer a madre y criarte sana y hermosa. Y un día te casaremos con un gran señor que te llevará a su casa, que será preciosa, y tendrás hijos.
-No, yo quiero ser caballero –dijo la niña.
-¡Menudo carácter! Juanita promete ser una persona interesante.
-No lo sabes bien, Nicolás. No para un instante. Es peor que tú cuando te escondías del ama María y no había quien te encontrara. Es revoltosa y difícil.
-No es verdad, Nicolás –dijo la niña furiosa. Soy muy buena, lo que pasa es que la tata es tonta.
Nicolás miró a su hermano con una sonrisa en los ojos.
-Ven aquí, basilisco –dijo asiendo a su hermanita pequeña, levantándola por los aires y haciéndole cosquillas -. Hoy vas a aprender a volar.
-Sí –dijo feliz-. Quiero volar, Nicolás.
-Como le hagas mucho caso, no te va a dejar en paz, hermano.
-No importa, Hernando. Mejor así. Os he echado tanto de menos que necesito teneros bien cerca durante los días que estéis aquí. ¿Y Rodrigo, cómo está?
-Muy bien también. Quería venir con nosotros, pero madre decidió que bastante arriesgado era ya viajar con dos niños. También ha crecido mucho. A diferencia de nosotros, es asaz taciturno y come bastante, con lo cual se está poniéndose bastante gordo.
-¿De verdad?
-Sí. Si sigue así, será un hombre muy corpulento cuando sea mayor.
-No me lo puedo imaginar.
-Pues es fácil porque se parece mucho a ti, en gordo. Tiene tu misma nariz recta, tus ojos claros, tu boca pequeña y tu barbilla cuadrada, pero su pelo es castaño claro, en lugar de pelirrojo.
-Me encanta tu pelo –dijo Juana revolviéndoselo con las manitas.
Nicolás se echó a reír. Estaba feliz de tener allí a sus hermanos. Aunque le gustaba la vida que hacía y la compañía de su padre, de los caballeros y soldados y del buen fraile que le daba clases, había echado mucho de menos al resto de su familia. A pesar de la distancia y el tiempo, les había tenido presentes cada día y había rezado por todos y cada uno en sus oraciones. Incluso una vez, en un momento de debilidad, llegó a derramar una lágrima en la oscuridad de la noche, pensando en su madre y sus hermanos. Aunque ése era su mayor secreto y no se lo había confesado a nadie, avergonzado.
Pero lo que resultaba claro era que para él su familia era sagrada y siempre lo sería, pasara lo que pasara. El capitán Diego de Ovando y su esposa salieron al patio de armas y se quedaron mirando a sus hijos, que no se daban cuenta de que los observaban, mientras el sol se hundía en el horizonte y la noche caía sobre la fortaleza de Benquerencia. No dijeron nada. Daba gusto ver como los tres hablaban y jugaban.
Aunque en el exterior amenazaba el peligro, cualquiera hubiera dicho al mirarles que se encontraban en un momento maravilloso, rebosante de paz y de tranquilidad. De hecho eso era lo que traslucían sus rostros y sus miradas. Habían encontrado su solaz el uno en el otro, como siempre, y en sus pechos brillaba una esperanza, aunque fuera la oscuridad fuese más que física.
Así, la guarnición entera, aunque estaba preocupada por las nuevas elecciones de Monroy como maestre, y se mostraba tensa por no saber cuál iba a ser la actitud del capitán, al ver la armonía del rostro de don Diego y la confianza de su esposa, se relajó.
Esa noche, por obra de un extraño milagro, Benquerencia volvió a recobrar la calma perdida desde hacía un tiempo. El alcaide de la fortaleza estaba feliz y por ello sus hombres se sentían mejor. Mañana sería otro día. Hoy, todo estaba bien........
(EL GOBERNADOR DE INDIAS de J M Carrillo de Albornoz)
NICOLÁS DE OVANDO

(Brozas, hacia 1451 - 1511) Gobernador y estadista extremeño, considerado el iniciador de la obra colonizadora de España en América. Tras ostentar el título de Comendador de La res, en premio a su labor como Gobernador de las Islas y Tierra Firme entre 1502 y 1509, la Corona le concedió el máximo título de Comendador Mayor de Alcántara.

Perteneció a una encumbrada familia extremeña; fue criado y educado en un ambiente de intensa religiosidad. Ingresó en la Orden Militar de Alcántara para dedicarse al servicio de la Iglesia y de la Corona, detentada por Nicolás de Ovando Isabel la Católica, de quien fue un leal y fervoroso partidario. En 1478 obtuvo la encomienda de Lares, una de las más importantes concedidas a la Orden de Alcantara.
Fue uno de los diez hombres designados por los Reyes Católicos para acompañar al Príncipe Don Juan en la Corte de Almazán.

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